Fuera de Cámara Nacionales - 

Batalla por la libertad

Lo sucedido en París la noche del viernes me recordó la terrible historia de Hipatia, esa mujer excepcional que tuvo una muerte horrenda en manos de las hordas cristianas que, tras sufrir ellas mismas la implacable persecución romana antes de que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del imperio, impusieron a sangre y fuego su fe. Una historia de intolerancia, fanatismo y horror que parece que nunca acabará, que sigue matando sin piedad.

Hipatia de Alejandría -cuya vida recreó magistralmente la hermosa y sobrecogedora película Ágora de Alejandro Amenábar- representa como nadie esa inagotable batalla entre el conocimiento y el fanatismo; entre la ciencia y la ignorancia, entre la luz y la oscuridad. Una batalla que seguimos librando y que estos días nos mantiene en guerra. La tercera guerra mundial dicen algunos; una guerra santa, dice otros.

Esta extraordinaria mujer nació en Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno en el delta del Nilo, y que en algún momento de su larga historia fue un singular ejemplo de diversidad y tolerancia. Soldados macedonios y más tarde romanos, sacerdotes egipcios, aristócratas griegos, marineros fenicios, mercaderes judíos, visitantes de India y del África subsahariana. Todos ellos, a excepción de la vasta población de esclavos, vivían juntos en armonía y respeto mutuo durante la mayor parte del período que marca la grandeza de Alejandría.

Nacida mujer en un mundo de hombres, las personales circunstancias de Hipatia le permitieron dedicarse a lo que fue siempre su pasión: la ciencia, el estudio, la enseñanza.

Matemática, filósofa, astrónoma, se hacía constantes preguntas para intentar descifrar y entender los misterios del universo. Y justamente esa preclara inteligencia y espíritu libre se hizo insoportable en los oscuros tiempos en que el fanatismo de los primeros cristianos veía herejía y brujería en las matemáticas y en las ciencias; en el conocimiento.

Hipatia era pagana y le tocó vivir en tiempos terribles para el paganismo. Los cristianos quemaron y destruyeron todos los templos y centros griegos, y persiguieron a todos los académicos de Alejandría obligándolos a convertirse al cristianismo como única forma de evitar la muerte.

Hipatia se negó. Se negó a renunciar al enorme caudal del conocimiento griego, a la filosofía y a la ciencia que por más de veinte años había aprendido y enseñado. Lo pagó caro; lo pagó con su vida. “La arrancaron de su carruaje, la dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con caracoles afilados, hasta que el aliento dejó su cuerpo…”, relata Sócrates Escolástico sobre el atroz fin de Hipatia.

Todo sucedió en la cuaresma del año 415 y en tiempos del obispo Cirilo de Alejandría, nombrado patriarca de la iglesia, cargo que entonces equivalía casi al de papa de Roma. Católico exaltado y defensor a ultranza de la ortodoxia cristiana, no podía soportar que una mujer se dedicara a la ciencia –que no comprendía- y que fuera respetada, admirada y escuchada incluso por Orestes, el prefecto romano. No soportaba que Hipatia fuera libre.

Cirilo -hoy Santo Cirilo- fue también implacable con la comunidad judía de Alejandría, instigando motines contra ellos, expropiando sinagogas para convertirlas en iglesias, saqueando sus propiedades y finalmente desterrándolos.

También fue el momento del fin de la mítica Biblioteca de Alejandría, creada con el propósito de preservar y difundir la civilización griega en tierras egipcias.

Cuatro años después de la muerte de Hipatia, en 416, el teólogo e historiador hispanorromano Paulo Orosio vio con mucha tristeza las ruinas de aquella ciudad que había sido magnífica y los restos de la biblioteca en la colina, confirmando que "sus armarios vacíos... fueron saqueados por hombres de nuestro tiempo".

Hoy, como antes y como casi siempre, el odio y la sinrazón pretenden imponerse con sangre y miedo por "hombres de nuestro tiempo". Y hoy como ayer, la batalla es por la libertad.