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A 40 años de la revolución: Mohammed Reza Pahlaví vaciló ante la crisis

El sha Mohammed Reza Pahlaví llegó a tener tanta influencia que congregó a líderes mundiales en un complejo de carpas lujosas, en las que ofreció fastuosos banquetes de comida traída desde París para celebrar los 2.500 años de la monarquía persa en las ruinas de Persépolis.

Solo ocho años después, su propio imperio estaba en ruinas.

La caída del Trono del Pavo Real y el triunfo de la revolución islámica fueron producto de descontento generado por el control cada vez más férreo que ejercía el sha sobre Irán mientras otras monarquías del Medio Oriente eran derrocadas. Si bien supo aprovechar la subida de los precios del petróleo en la década de 1970, el sha no percibió que los iraníes querían mejorar sus vidas a medida que se trasladaban de zonas rurales a ciudades como Teherán.

Y al agravarse la crisis, el sha se mostró pasivo y tomó decisiones equivocadas al tiempo que combatía un cáncer que terminó costándole la vida.

“Como dijo un diplomático, fue un verdadero Hamlet por su indecisión”, comentó Abbas MIlani, profesor de la Universidad de Stanford que escribió un libro sobre el monarca. “Shakespeare dijo que hay gente que llega a ser grande, y otra a la que la grandeza les cae de arriba. A él le tiraron el reino encima”.

El sha nació en 1919 y seis años después su padre, Reza Sha, llegó al trono tras arrebatar la corona a la dinastíai Qajar con el apoyo de los británicos. Le dio a Persia el nombre de Irán.

Pero los fuertes lazos de Irán con Alemania, la neutralidad de Reza Sha en la Segunda Guerra Mundial y el temor de Occidente de que el petróleo iraní cayese en manos de los nazis dio lugar a una invasión ruso-británica en 1941. Reza Sha renunció y dejó el trono a su hijo por insistencia de los británicos.

El sha asumió un poder autocrático en 1953, en medio de un caos político. El primer ministro liberal Mohammad Mossadegh trató de nacionalizar la industria petrolera iraní y los británicos se afanaron por preservar su control de los campos petroleros de Irán y la refinería de Abadan, que era por entonces la más grande del mundo. Estados Unidos, por su parte, temía que aumentase la influencia de Rusia en Irán.

En este contexto se produjo un golpe apoyado por la CIA contra Maossadegh. Documentos desclasificados indican que la CIA se ufanó de que tenía en el bolsillo a los dos principales funcionarios del aparato de seguridad y expresó su esperanza en poder usar “la fuerte influencia del clero” de esa nación chiíta para impulsar el golpe.

El complot de Occidente se dio cuenta de que uno de los principales obstáculos era el propio sha.

“Le costaba tomar decisiones, lo que combinado con su tendencia a interferir en la vida política ha sido por momentos una influencia negativa”, señaló la embajada estadounidense en Teherán en febrero de 1953. Al final de cuentas, su hermana melliza, la princesa Ashraf, y un general estadounidense lo convencieron de plegarse al golpe.

Inicialmente pareció que el golpe no prosperaría y el sha se escapó primero a Bagdad y después a Italia. Pero las protestas en apoyo del sha, alentadas en parte por la CIA, provocaron la caída de Mosaddegh y el retorno del monarca.

Con el correr del tiempo cayeron monarcas de Egipto e Irak, derrocados por oficiales nacionalistas. El sha sintió la presión y aumentó su desconfianza en el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser y en Irak. Las amenazas del exterior hicieron que invirtiese mucho dinero en las fuerzas armadas.

Cuando los británicos se retiraron del Medio Oriente, Estados Unidos pensó que el sha era una figura estabilizadora y hubo un acercamiento. También reconoció al estado de Israel en 1959, mucho antes que cualquier otra nación árabe sellase un acuerdo de paz.

El sha, por otro lado, se benefició del alza de los precios del petróleo, a la que contribuyó subiendo los suyos y como miembro de la OPEP. Trató de industrializar y de educar a su país con su “Revolución Blanca” de los años 60 y abolió el estado feudal en buena parte de las zonas rurales.

Su reforma fiscal irritó a la aristocracia y empujó a mucha gente del campo a las ciudades, donde fue imbuida del fervor revolucionario.

Los clérigos chiítas condenaron su reconocimiento de Israel y lo que vieron como actitudes liberales del monarca, incluido el voto para las mujeres y la apertura de universidades privadas, dado que ellos controlaban el sistema educativo iraní.

Uno de los clérigos que se le opuso fue Ruholla Jomeini, quien estuvo preso y luego se exilió. Regresaría triunfal en 1979, al frente de la revolución islámica, y sería nombrado el primer líder supremo de la nueva Irán.

A medida que mejoraba la economía, el sha acumulaba más poder. Todo, hasta las cosas más menores, pasaba por su oficina. Y lentamente, por tratar de controlar todo, el poder se le fue yendo de entre las manos.

“Eliminó la izquierda, el centro y buena parte de la derecha. La única fuerza política que quedó fue la de los islamistas”, comentó Milani. “Nunca vio venir la amenaza que representaban. Ni tampoco la CIA ni el M16” británico lo vieron.

En medio de todo esto, el sha batallaba contra el cáncer. Se había sometido en secreto a tratamientos de quimioterapia por años, pero sabía que le quedaba poco tiempo. Tomaba Valium y otras medicinas, lo que acentuaba su naturaleza indecisa.

Una feroz represión de la oposición, con miles de detenidos y torturados por el temido servicio de inteligencia Savak, hizo que fuese considerado un déspota.

En la actualidad, no obstante, el actual gobierno es criticado por organismos de derechos humanos que denuncian arrestos arbitrarios, malos tratos y tortura de presos. Es uno de los países que más gente ejecuta.

En lugar de luchar por mantenerse en el poder, el sha prefirió exiliarse hace 40 años, escapando en un jet que él mismo piloteó. Falleció en julio de 1980, a los 60 años.

FUENTE: AP