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Peleas de gallos en Kabul, el sangriento pasatiempo que levanta el vuelo

Un clamor enardecido va adueñándose de la multitud en el momento en que una pareja de gallos comienzan a batirse en la arena, con las alas batiendo y los picos afilados dispuestos a golpear.

"¡Bizan! (¡Golpéalo!)," grita un espectador en dari, mientras otro lanza "Bokoshesh! (¡Mátalo!)".

Las peleas de gallos en Afganistán, conocidas como "Murgh Jangi", se asemejan a luchas de gladiadores. Con las alas extendidas, las aves se lanzan la una contra la otra mientras las apuestas suben furiosas.

En pocos segundos ha acabado. Un ave cae inerte y la mitad de la muchedumbre que observa el duelo estalla en un rugido de triunfo.

Las peleas de gallos, como toda lucha con animales y cosa de apuestas, fue prohibido por el régimen talibán, entre 1996 y 2001. Pero el sangriento espectáculo, un símbolo de la masculinidad y la virilidad, ha vuelto con fuerza como uno de los pasatiempos más populares durante el invierno en Afganistán.

El mayor anfiteatro de Kabul dedicado a este deporte se encuentra a salvo tras las ruinas bombardeadas del histórico Darul Aman Palace, un símbolo permanente de la destrucción infligida por décadas de conflicto.

Fuera, los adictos al opio se acuclillan junto a las paredes; dentro, se puede encontrar una mezcla de propietarios de gallos, entusiastas del deporte y corredores de apuestas anotando atentamente todo lo perdido, lo ganado y lo debido.

"Puede que la gente no tenga para comer, pero vienen aquí para apostar", afirma Muhamad Humayoon, operador de una compañía de telecomunicaciones.

Pero no solo se trata de dinero: un desempleo rampante y un conflicto inacabable contribuyen a aumentar el pesimismo sobre el futuro del país y en ese contexto, pasatiempos como las peleas de gallos -a pesar de su brutalidad- permiten escapar, aunque sea un rato, a esa realidad.

Combates de gallos y de codornices, pero también de buzkashi -una suerte de polo donde los participantes se disputan el esqueleto de un animal decapitado. La crudeza de las actividades de ocio en Afganistán es un reflejo del caos en el que está sumido el país tras cuatro décadas de conflicto.

Al contrario de lo que sucede con las peleas entre hombres, las de gallos se juegan en igualdad de condiciones: las aves se enfrentan por pares del mismo tamaño y peso, con espuelas de un filo similar atadas a sus patas.

Entre ronda y ronda, los propietarios arropan a sus protegidos en chales de lana y les inyectan bebidas energéticas en el gaznate. Otros limpian delicadamente sus heridas. A veces hay que practicar un poco de cirugía improvisada: desde pegar un pico partido o coser plumas hasta sacar la sangre que se coagula bajo la piel del cuello. Y, mientras, los vendedores ambulantes se abren camino entre la multitud, repartiendo huevos duros o guisantes secos salados.

Los gallos de pelea a veces están mejor tratados que los miembros de la familia. "Los alimentamos con todo lo que no nos podemos permitir comer nosotros: granadas, carne asada, semillas, almendras, pistachos", explica un propietario de 29 años, pidiendo el anonimato.

El entrenamiento empieza a la más tierna edad y se hace de todo para que los emplumados combatientes ganen. El propietario muestra a la AFP cómo hace correr a lo suyos alrededor de la jaula de una gallina para mejorar su rendimiento. Como los hombres, los gallos tienen tendencia a mostrarse más disciplinados delante de las mujeres, bromea.

Pero los gallos de pelea pocas veces superan los tres años. En general, no luchan a muerte pero pueden quedarse ciegos por las heridas o sucumbir a hemorragias.

Las peleas de gallos son "ilegales en numerosos países" -en Occidente principalmente- y Afganistán debería "seguir el mismo camino", considera Jason Baker, de la asociación de protección de animales Peta. "¿Qué dice de la humanidad que un estadio entero aplauda con entusiasmo la muerte de un animal inocente?".

Pero, en Afganistán "esto forma parte de nuestra cultura. Incluso en la época de los talibanes, había peleas secretas", apunta Karim Langari, un viejo aficionado.

Las peleas degeneran a menudo en tiroteos o enfretamientos con arma blanca si se han dado trampas o hay desacuerdos, para mayor gloria de los espectadores.

Para algunos, las peleas de gallos son también una cuestión de orgullo. "Nada me enfada tanto como que un gallo pierda sin pelear", dice el propietario de 29 años, cuyo gallo solo ha dado unos cuantos golpes de ala antes de largarse. Jura que acabará en la cazuela. "No es una cuestión de dinero, es una cuestión de orgullo".

FUENTE: AFP